Él era un mamón.
Un mamón de libro.
Un mamón tan mamón
que te resulta hasta difícil de encontrar.
Lo era con todas las letras, con la boca llena,
escupiendo cada sílaba,
vamos, lo que se dice un mamonazo en toda ley
y como yo, ¡virgendelamagdalena! debo tener un imán,
pues ¡zasca!
ahí va y me encuentra,
porque sí,
sí, señoras y señores,
la suerte te encuentra a ti, y no al revés
¡y que los malvados hados no me digan lo contrario!
que si yo de algo sé es de la casualidad
y hablando de eso sigo con lo mío,
y sin lo mío
que es mi mamón
que ni se llama Ramón, ni tiene un camión
pero que tiene la cara más bonita que ha parido el cielo
y el muy cabrón hasta duele
de lo listo que es…
y yo no le llamaba así antes, no,
yo le llamaba cariño, bomboncito,
corazón
le decía cosas tan bonitas
que hasta los ojos se me tornaron caramelo
pero él no,
él nunca me quiso
no tengo otra explicación
ni tampoco él
porque nunca vino a buscarla,
a ella
o a mí
que estaba entonces desnuda de palabras,
vacía,
rota
intelectualmente comparable a una muñeca de porcelana
y sin él
que era lo peor
así que no me quedó más remedio que olvidarle
y porque le olvidaba
me obligué a pensar en él
y así estoy, claro,
poniendo mamón donde quiero decir imbécil,
imbécil
donde tendría que ir corazón
loca perdida con un teclado a mi alcance
un sábado por la noche
superluna en el tejado
y una botella de vino bailándome en las manos
y sin mi mamón
porque se ve que en esta vida
no se puede tener todo.