No se puede empezar de cero.
Soy consciente de que lo que hoy soy se lo debo, para bien o para mal, a todo lo que he vivido anteriormente. Soy parte del pasado. Soy futuro incierto. Poca cosa, apenas nada. Para la gran mayoría soy parte del recuerdo, y no me quejo.
Tampoco es que quiera empezar de cero. Tengo claro que esto ha sido sólo parte del camino.
(-¿qué nos queda por vivir?
-a saber, amigo…)
Vivía sola, no hace mucho. Hacía y deshacía a mi antojo. Eso no quiere decir que fuera más feliz, ni mucho menos. Sí que era más libre, pero también era más inocente, más crédula, y más yo, por fuerza.
He cambiado. Mi entorno ha cambiado. También lo han hecho mis prioridades.
Perder para ganar…cosas de la batalla, o del amor.
Ya no escribo a diario. No doy mi vida a cambio de un poema. No busco musas. No busco nada. Las noches se han convertido en un asunto de dos. He perdido poemas a cambio de un hueco en el sofá, a cambio de unos brazos, a cambio de cariño.
Y a veces no sé a quién traiciono cuando me meto en este cuarto a aporrear las teclas, o cuando lo abandono.
No soy poeta:
Soy el poema en sí…
……………………..
Y todavía algunas noches salgo de caza
y encuentro cuerpos empapados en desolación o en deseo
y utilizo sus teclas invisibles, su tinta invisible, su saliva
para crear versos invisibles, besos,
donde se me ama y amo (cosa que no sé si sé hacer)
y muero y vivo, y muero de nuevo
hasta dar con la entonación exacta del verso
-siempre llena de dolor-
para abandonarlo después.
(¡qué corra libre!)
Porque el poema está hecho para volar
y el poeta para verlo marchar,
sufrirlo en silencio.