
alguien me agarró de la cadera
como solías hacerlo tú.
Bajo la voz del camarero
el ruido
incierto,
encima de nosotros
la ciudad
tal vez en llamas,
derruida por el tiempo y los quebraderos de cabeza.
La hierba con sus pisadas amortiguadas
y espaldas desnudas
sudando acompasadas.
La paz.
La paz estaba en el ruido,
estaba en la noche
y en sus rincones oscuros
en los cientos de ojos entornados
en un mar de cerveza
a la deriva.
Sobre nosotros
la ciudad perdida
donde viven mis silencios
siempre
a media luz.
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