
en algún momento estuve enamorada,
o pensé estarlo
porque la ilusión duraba
lo que tardaba en vestirme y en volver a casa,
quizás unos mil quinientos minutos más,
pero al cabo del tiempo
la sensación de tener las tripas del revés se pasaba.
No sé el por qué, o el cómo ocurría,
pero era así.
Había otras veces,
por suerte o por desgracia,
que de tanto intentar
no vivir esos minutos agotadores,
-los mil quinientos-
acabé enganchada hasta los huesos
de lo que no podía alcanzar.
Esto no tenía una solución tan fácil,
hacía que me temblaran las manos
la conciencia y el corazón,
dolía como si me arrancaran las entrañas
a mordiscos
-bueno, igual es una exageración,
pero dolía, eso os lo aseguro-
Después de mucho esfuerzo,
lágrimas,
tiempo
y demás parafernalia
también se acabó pasando.
Supongo que el refrán ese
de que los hombres caen dos veces en la misma piedra
tiene toda la razón
y yo aún no he evolucionado a gato
así que seguiré cometiendo los mismos errores
una y otra, y otra vez,
como una maldición.
Dicen que admitirlo
es el primer paso para curarte de una enfermedad
y bueno,
creo que va siendo hora de hacerlo:
“Me llamo Isa y aún creo en el amor”
2 comentarios:
ahora me llaman así....y tienes una boca preciosa.
es bueno creer en el amor... pero ya sabes es tambien lo que mas daño te puede hacer....
besos
Publicar un comentario