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lunes, 9 de junio de 2008

ADA O EL DOLOR

Ada salió una mañana
abandonó su casa,
su vida.
Ya no tenía nada entre las manos
que mereciera un poema.
Sólo vacío,
eternidad. Nada.

Se perdió por la ciudad
persiguiendo sus zapatos,
encontrando huellas donde solo había asfalto.
Repitiéndose que su vulgaridad
explotaría entre los labios
formando un atardecer perpetuo
de sonrisas.
Sabía que tras el monte
la esperaba otra noche
de sueños envenenados.
Sólo sudor
haciéndola sentir viva
y el salto al vértigo, a la espuma de la rabia.
Al horror, el cáncer, la muerte
esperada.

Ada conocía
la ecuación latente de los besos
la fórmula que contiene
la canción desafinada
y buscaba cada día la verdad
rallando sus espejos
con las manos rotas de tanto esperarse.

Salió una mañana
y se desnudó en el metro

“Miradme,
yo soy la mujer
que habita
en todas las pesadillas.”

Y saltó libre
al horror, al cáncer, a la muerte
esperada.

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