Era un mal mensaje
metido en una botella.
Cerveza inundando poemas
dejando vacío el hueco,
la ausencia.
No hubo un mártir
que fingiera querer estar
sobre la cruz
y la muerte se quedaba
inmóvil esperando
nuestros brazos.
Casi reconozco
el sonido de las piedras
y el tintineo constante
de los brindis por el fin.
Y es que había minutos
en que no nos importaba nada.
La brecha latente sobre el escenario
con todas las despedidas
maquillándose entre bambalinas.
Muñecos inconscientes
y tu y yo
como dos actores
fingiendo
el disfraz que nos sostiene
casi vivos día a día.
Y es que hubo minutos
en que no nos importaba nada.
La noche se viste de puta
y esta última nos salió cara.
El poema navegando en saliva
y la cerveza encallada en el mar.
Y volvimos a beber
dejando nuestra muerte en blanco
inundando sólo la sonrisa
y es que había minutos
en que no nos importaba nada.
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