
y decidí comerme a las ratas.
No había nada con lo que
saciar el hambre
de tierra,
salvación o ceniza.
No lo encontraba.
Las manos mojadas
removiendo las ramas
recordaban el aliento
de aquello que no existe.
Voló
fugaz
el tiempo
y los recuerdos
acuden a la mesa
a brindar
por el cuerpo
que se mantiene
aún fresco en la memoria.
Y el corazón se maquilla
para no sentir pena.
El rostro de porcelana
y lo demás
hueco
por dentro.
Y sabes que ya no queda nada.
Solo palabras
que no escuchará.
Y todos sabemos
que son a destiempo.
*El cuadro es de Damià Díaz, Retratos del vacío*
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