Hubo un tiempo
en el que escribía siempre borracha
y me refugiaba con mi cuaderno
en los baños de un bar.
No sabían a nada los recuerdos
y el sexo era sólo la metamorfosis
de mi propio cuerpo
hacia un estado casi irreal.
No me importaba estar
de frente o de espaldas,
la cosa era estar
y después abandonar,
mentir
escapar
y escribir.
Mi vida sabía a mierda
y no veía el rastro
de ningún futuro,
las migas desaparecieron
del camino
que conducía al hogar.
Después llegó el rostro roto
y el diván,
no tuve miedo a empezar de cero
pero no sabía ver más allá
de las huellas que dejaban mis zapatos.
Le mentí al psiquiatra
una y otra vez.
Yo le engañaba
y él confundía
mis inventos
con análisis y literatura.
Llegamos a un acuerdo
y decidí dejarle de pagar,
abandonar su diván,
mentirle en su casa,
escapar de la palabra
y escribir sin más.
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